CUANDO LA VIDA DEPENDE DEL VIENTO
El campo de refugiados de Moria, que ayer por la mañana se encontraba desierto, está lleno de nuevo. Las autoridades del campo y los voluntarios hacen lo que pueden, pero están desbordados. Ayer por la tarde las condiciones marítimas mejoraron, el viento cesó dejando un mar en calma, y desde entonces no han parado de llegar balsas procedentes de la costa turca. Cuentan que han sido travesías de una hora y media o dos.
Todo el mundo ha sido trasladado a Moria, muy cerca de Mitilene. Los hombres hacen cola para obtener los papeles, una cola que parece interminable, mientras las mujeres y los niños esperan sentados sobre unas mantas.
Allí conozco a May, una abogada que viaja con su padre, su hermana y un sobrino. Me cuenta que es soltera y baja la voz riendo para afirmar que así se está mucho mejor. Su padre, un anciano, está sentado en el suelo estudiando un libro de gramática inglesa. Vienen de Siria. Nos reímos un rato y quedamos en vernos algún día, en Alemania o en España, quién sabe. Aparece Yasser sonriente, es un estudiante de cuarto curso de empresariales y en su país trabajaba probando videojuegos. Cuando se podía estudiar, y trabajar, y vivir en paz, claro.
La familia Alali viaja con un niño discapacitado. No puede oír ni hablar, y apenas camina. Esperan que en Alemania pueda ser operado. El padre es ingeniero y lleva a su hijo en brazos todo el tiempo.
En cada entrada del campo hay un puesto de tarjetas telefónicas para poder llamar a la familia diciendo que han llegado. Que están vivos y en Europa. Para todos es prioritario tranquilizar a los seres queridos que quedaron atrás.
El puerto también está lleno. La gente espera para salir en el ferry de las ocho. Son los pocos afortunados que han conseguido los papeles hoy mismo y pueden partir hacia el continente. Encuentro un grupo de chavales que acaban de comprar el billete para el barco de esta noche. Me enseñan los tickets orgullosos: han pagado cuarenta y cinco euros cada uno. Apenas aparentan quince años. Vienen de Afganistán y viajan solos, sin familia, por eso se han convertido en inseparables.
Parece que hoy viajan personas especialmente vulnerables: una pareja con un bebé de veinte días, muchos menores de edad solos y algunos ancianos sin familia. Como siempre, me piden fotos, me cuentan su historia. Creo que quieren hablar, bromear, reírse un poco y, durante un rato, olvidar el infierno que han pasado.
Por la tarde empiezan a llegar refugiados al campo de Karatepe. Las autoridades van registrando a los que llegan para darles los papeles mientras algún miembro de la familia se coloca en el único lugar del campamento donde hay wifi para poder comunicar a los suyos, allá en Siria, que están a salvo.
La noche está cayendo y el tiempo cambia por momentos. Empieza a hacer frío y, sobre todo, un viento muy fuerte que no trae buenos presagios. Ojalá esta noche no salgan balsas hacia las costas griegas.