MUJERES FUERTES
Esta noche ha llegado un bote al puerto de Mitilene. Vienen alrededor de cincuenta personas a bordo. El viaje ha sido largo, aunque por suerte el viento ha dado una tregua y no han tenido mala mar. No hay que lamentar víctimas, como se dice fríamente en los telediarios.
Los restos del naufragio se esparcen por la bahía: un amasijo de chalecos salvavidas y montones de botellas de agua vacías. Han sido nueve horas de travesía marítima con un destino incierto para todos, jugándose la vida. En este bote vienen muchos niños y también bebés que, según dicen sus madres con una sonrisa cansada, no han parado de llorar en todo el viaje. Ahora también sollozan sin parar: están agotados.
Las madres jóvenes me acogen afables, se presentan, me cuentan cosas de su país, Siria. Me dicen que huyen para salvar sus vidas y las de sus hijos. “Suelo europeo, por fin…” exclaman. “Europa nos ayuda, -dicen-, es una cuestión humanitaria, allí las bombas caen todo el tiempo sobre las calles e incluso sobre las escuelas. Queremos que nuestros hijos sobrevivan.”
Ghina tiene trece años y habla inglés bastante bien. Le encantaba ir al colegio, pero empezó a ser muy peligroso por las bombas y las escuelas quedaron desiertas y cerraron. Viaja con su hermana mayor, de diecinueve, con destino a Holanda, donde las espera un familiar. Sueña con llegar a su nuevo hogar para poder ir al colegio. Le digo que va a ser muy feliz allí, que hará nuevos amigos y podrá seguir estudiando.
Han dormido a la entrada del puerto, tendidas las ropas mojadas en los árboles y puestos los zapatos a secar. Médicos sin Fronteras se ocupa de que desayunen algo y les proporciona medicinas y atención médica si es necesario.
Ya tienen billete para el ferry de esta noche a las ocho. Pasarán el día aquí esperando a que sus ropas se sequen, cuidando de sus hijos, soñando con llegar a Holanda, Alemania, Suecia… donde ya algunas tienen familiares.
Me despido de estas mujeres fuertes con un apretón de manos y les deseo mucha, mucha suerte en su viaje.